lunes, 20 de abril de 2009

Los primitivos flamencos - Hubert y Jan van Eyck

Cuando ya la pintura renacentista italia­na, después de despojarse de los rígidos formulismos bizantinos, cuenta con cerca de un siglo de vida, se forma en la actual Bélgica y Holanda una escuela que producirá durante trescientos años artistas de primera calidad. Inspirándose principalmente en ellos y en los italianos, vivirán las restantes escuelas europeas hasta fines del siglo XVIII.
En Flandes y los Países Bajos, igual que en toda Europa, ex­cepto Italia, se pierde la tradición de la pintura mural románica. Los grandes ventanales de las iglesias góticas ha­cen desaparecer los amplios muros de las iglesias, y la pintura se confina en los retablos. Los retablos medievales son, en general, pe­queños, y a los flamencos no les gusta, como a los españoles, multiplicar el número de sus tablas. El tipo más corriente es el de tríptico, que consta de una tabla mayor central, y de dos laterales movibles, de la mitad de anchura, que sirven de puertas. Pintadas por am­bas caras, la exterior es con frecuencia monocroma, de color gris, si­mulando esculturas. La pintura flamenca es, por tanto, de caballete, de pequeño tamaño, y, en consecuencia, para ser vista de cerca, no como las grandes composiciones murales italianas. Su factura es mi­nuciosa y detallista, carácter a que contribuye el intenso desarrollo ad­quirido por la miniatura de códices en la corte de los duques de Bor­goña, a quienes pertenecen estos Estados a fines del siglo XIV. Al servicio de esa técnica minuciosa, con un fino sentido de observación y una innata tendencia naturalista, los pintores primitivos flamencos y holandeses alcanzan una perfección difícilmente superada en la interpretación de las ca­lidades de las telas, piezas de orfebrería, metales, vidrios, pieles, etc., y en géneros como el retrato y el paisaje.
Aunque los temas son casi exclusivamente de carácter religioso, a pesar de su recogimiento, el artista flamenco los interpreta en un tono de vida diaria muy lejano del idealismo italiano. Los pormenores del interior que sirve de escenario a la historia merecen casi tanta atención como la historia misma, y se observa un descubrimiento del valor artístico del tema humilde de la vida doméstica. En sus pinturas religiosas se pueden adivinar ya las grandes escuelas flamen­ca y holandesa con sus numerosos géneros de carácter profano, consecuencia de su inclinación naturalista y de su espíritu observador, más amigo de buscar las escenas en la realidad inmediata que en las creaciones de la imaginación.
La gran novedad técnica de esta escuela es el empleo de la pintura al óleo, pues aunque el aceite era una técnica bastante antigua que se usaba en Flandes desde principios del siglo XIV, no se sabia secar con la rapidez necesaria. En esto consiste pre­cisamente el gran descubrimiento de los fundadores de la escuela fla­menca.
Los creadores de la escuela son los hermanos Hubert (1366-1426) y Jan Van Eyck (1441).
Hubert van Eyck
Nació alrededor de 1366, en Maaseik, Bélgica. Después de una larga serie de guerras, cuando el país se volvió inseguro y las escuelas que habían florecido en las ciudades decayeron, marchó a Flandes y allí fue pintor de la corte del ducado de Borgoña, y vivió al servicio de Felipe III el Bueno, hasta 1421.
Su principal obra, la Adoración del Cordero Místico, es una de las más notables creaciones de la escuela flamenca. Se trata de un políptico cuyas partes están dispersas, desde la tabla central que está en la iglesia de San Bavón de Gante, hasta galerías de Bruselas y Berlín. Es único como ilustración del sentimiento contemporáneo por el arte cristiano, y sólo puede asemejarse a la Fuente de la vida en el Museo del Prado de Madrid. Representa, en numerosos paneles, a Cristo en su trono del juicio, con la Virgen y San Juan Bautista a ambos lados, oyendo las canciones de los ángeles, y contemplados por Adán y Eva. En la mitad inferior, en una amplia pradera repleta de flores, el altar donde el Cordero, adorado por los ángeles con los instrumentos de martirio, redime del pecado con su sangre. En primer término se encuentra la Fuente de la Vida. Grupos de pontífices, santas, santos, ermitaños, etc., acuden a adorar el Cordero, mientras profetas y apóstoles rodean la Fuente. Por la puerta izquierda acuden los soldados de Cristo y los jueces íntegros, y por la derecha, los santos ermitaños y los santos peregrinos. Es la interpretación del texto del Evangelista de Patmos.
En esta obra magna de la pintura flamenca, los Van Eyck representaron con precisión admi­rable el paisaje, no sólo la hierba y las flores de la pradera de la Adoración, sino los bosques del fondo, donde aparecen las palmeras y los naran­jos que Jan vió en su viaje a Portugal. En las figuras de los donantes han dejado dos verdaderos retratos. Y en las vestiduras, armaduras y joyas de los perso­najes, hacen alarde del interés que distinguirá a la escuela por pintar la calidad de las cosas. Campeones del naturalismo, preocupados por interpretar la diversa calidad de las telas, su forma de plegarlas es, sin embargo, totalmente convencional. Son telas que se quiebran en ángulos y contraángulos, como si se tratase de papel. Hermanos en su reiteración de las caligrafías curvi­líneas del estilo internacional, se diría que sus pliegues son hijos de la reacción contra ellas. Una coexistencia análoga, de verdad en las cali­dades y de convencionalismo en la forma de plegar, no volverá a darse hasta Zurbarán. En cuanto a la figura humana, los Van Eyck la dotan de un aplomo y monumentalidad que forma contraste con la levedad e inestabilidad del estilo internacional.
En el exterior de las puertas aparecen la Virgen y el ángel de la Anun­ciación, primer capítulo de la Redención, y los Santos Juanes adorados por los donantes Jodocus Vydt y su mujer. Después de que se terminara esta gran obra se colocó, en 1432, en un altar en San Bavón de Gante, con una inscripción en el marco describiendo a Hubert como maior quo nemo repertus, y anticipando lo que él comenzó y su hermano Jan más tarde llevó a la perfección.
El retablo fue efectuado por ambos hermanos conjuntamente, como sabían perfectamente el duque de Borgoña y los jefes de la corporación de Brujas, quienes visitaron la casa del pintor en una visita de estado en 1432.
La solemne grandeza del arte eclesiástico en el siglo XV nunca encontró, fuera de Italia, un exponente más noble que Hubert van Eyck. Su representación de Cristo como juez, entre la Virgen y San Juan, con dibujo puro y un colorido maravilloso, une seriedad y simplicidad con el más hondo sentimiento religioso. En contraste con obras precedentes de la escuela flamenca, muestra una gran riqueza de detalle. Está ejecutada con la nueva técnica, el óleo, del que Hubert compartió la invención con su hermano, pero del que ningún otro pintor rival tenía entonces el secreto. El uso del aceite como aglutinante y secante, aportación del estilo flamenco a la pintura, pronto se difundió entre los cofrades de las ciudades vecinas, pero no fue revelado a los italianos hasta casi el final del siglo XV.
Jan van Eyck
Tiene como antecedentes que le influyen a los hermanos Limbourg, extraordinarios miniaturistas, al escultor Claus Sluter, la forma de representar los pliegues de las telas que Sluter hace en piedra es prácticamente la misma forma con que van Eyck los pinta, y el poco conocido pintor Melchior Broederlam.
Este periodo del arte flamenco se caracteriza por el naturalismo de vívidos colores al óleo, la meticulosidad de los detalles, la precisión de las texturas y la búsqueda de nuevos sistemas de representación del espacio tridimensional .
En lo que atiene a la búsqueda de los efectos tridimensionales Van Eyck no recurre tanto a la perspectiva con un punto de fuga, sino que logra dar impresión de tridimensionalidad mediante la técnica de las veladuras o tenues capas de óleo aplicadas unas sobre otras y sobre una tabla de madera, generalmente de haya, pulida y pintada de blanco, con lo que se logra una reflexión de la luz con el consecuente brillo de la pintura y una sugestión de profundidad.
Muchas veces se ha atribuido a Van Eyck la invención de la pintura al óleo, si bien esta técnica ya era bastante conocida en Flandes desde el siglo XIV. La invención que realiza Van Eyck es la de la fórmula del óleo con secado rápido, técnica que permite, entre otras cosas, la composición mediante veladuras.
En1422 trabajó enLa Haya paraJuan de Baviera, príncipe-obispo de Lieja. En 1425 Felipe III el Bueno, duque de Borgoña, le nombró pintor de la corte, cargo que conservó hasta su muerte. La relación que mantenía con el duque era tan buena que éste le encargó algunas misiones diplomáticas secretas, principalmente en territorios de las actuales España, Italia y Portugal. En 1428 formó parte de una delegación que se dirigía a Lisboa para gestionar la boda entre el duque de Borgoña y la infanta Isabel de Portugal. Jan van Eyck realizó dos retratos de la infanta. La visita a estos países le permitió conocer nuevas luminosidades, cielos y atmósferas diáfanas e incluso nuevas vegetaciones (en la Adoración del Cordero Místico aparecen, como parte del paisaje, figuradas con precisión casi de naturalista, especies mediterráneas). Es espectacular el tratamiento que Van Eyck da a la luz, gracias a su dominio de la técnica al óleo.
Por otra parte es una constante en la obra de Van Eyck, además de una estudiada espacialidad, que las figuras humanas representadas tienen una actitud impasible y tendente a la monumentalidad (una ligera excepción a tal impasibilidad se encuentra en la tabla de los ángeles cantores, o San Jorge, perteneciente a la Adoración del Cordero Místico).
Van Eyck es un pintor naturalista, como se aprecia en la representación de Eva y Adán, desnudos, en la parte superior de la Adoración del Cordero Místico, retratados sin idealizaciones y sin demasiadas censuras: Van Eyck les ha pintado casi todos sus pelos. Es de este modo que ha acercado lo religioso a la vida cotidiana.
Su hermano Hubert pudo participar en la pintura de algunas obras de su primera época, entre ellas Las horas de Turín-Milán (manuscrito destruido por el fuego en 1904), Las tres Marías ante el sepulcro (Museo Boymans van Beuningen, Rotterdam) y un díptico, La crucifixión y El Juicio Final (Museo Metropolitano de Arte, New York). La obra más famosa que puede incluirse en esta categoría es el monumental retablo titulado la Adoración del Cordero Místico, en la Baafskathedraal van Gent (Iglesia de San Bavón, Gante), compuesto por varios paneles que se abren en antas. Una cuarteta de versos alejandrinos en latín, copia de la original que figuraba en este retablo, oculta bajo la pintura y descubierta por medio de rayos X, afirma que Hubert comenzó la obra y la culminó Jan. Los historiadores del arte suponen que éste último reunió los paneles que Hubert tenía comenzados antes de su muerte en 1426, añadió otros nuevos de su propia creación y los ensambló todos juntos.
De Jan van Eyck se conservan firmadas y fechadas entre1432 y 1439 nueve obras, cuatro de ellas de tema religioso, como la Virgen del canónigo Van der Paele (1436, Museo Groeninge, Brujas) o la Virgen del canciller Rollin (1434, Museo del Louvre, París), la primera en un interior maravillosamente interpretado, y la segunda con magnífico fondo de paisaje, ambas con los retratos de los donantes. Las otras cinco son retratos, como el de Giovanni Arnolfini y su esposa (1434, National Gallery, Londres), que es, al mismo tiempo, espléndido estudio del interior, el del Hombre del clavel y el del Cardenal Niccolò Albergati, 1435. La importancia que el retrato tendrá en Flandes y los Países Bajos durante el siglo XVII se manifiesta en el fundador de la escuela. Como en casi todas las obras de Van Eyck, en ésta abundan las alegorías y las simbologías, figura un espejo circular convexo en el cual aparece vagamente reflejado el propio autor, y bajo dicho espejo la frase: He estado aquí. Aunque no es exactamente el sistema de juego especular que luego utilizará Velazquez en Las Meninas, existe en el cuadro de Van Eyck un interesante precedente, que es, entre otras cosas, una búsqueda de la superación que la bidimensionalidad del cuadro impone a la representación de los espacios. Van Eyck refuerza una integración del espectador dentro del espacio virtual representado en su obra.
La asombrosa habilidad técnica de Jan Van Eyck y la precisión en los detalles, reproducidos cuidadosamente, fueron muy admiradas por sus contemporáneos. Sus compatriotas todavía le seguían considerando el rey de los pintores en el siglo XVI. De este modo ejerció enorme influencia en el arte flamenco y europeo en general. Entre sus directos herederos destacan Roger van der Weyden, Hugo van der Goes, Petrus Christus, su principal discípulo, y Konrad Witz, e incluso en Hans Memling, Martin Schongauer, o, aunque ya sea netamente renacentista, Mabuse.